jueves, 30 de octubre de 2008

AB URBE CONDITA

La Feria del Libro nos ha traído una ´Historia General de Málaga´, extensa e interesante obra de Enrique del Pino que publica Almuzara. Enrique del Pino, a quien no conozco personalmente, es investigador, ensayista, narrador, dramaturgo y, en ocasiones, autor intrépido. Una intrepidez colosal fue componer, hace algunos años, el ´Quijote´ en verso. Otra no menos notable fue publicar en 2006 un diccionario del habla malagueña donde compila hasta 5.000 vocablos de aquí. Ahora, émulo de Tito Livio, no sólo se ha atrevido con la historia de esta ciudad desde sus orígenes hasta hoy, sino también propone una fecha concreta para la fundación de la Málaga fenicia: el año 584 antes de Cristo. Si Tito Livio urdió en su magna ópera la primera ucronía escrita de que se tiene noticia, imaginando lo que habría sucedido si Alejandro Magno hubiese iniciado sus conquistas al oeste de Grecia, Enrique del Pino regala una fecha de cumpleaños imaginaria por aproximada, pero útil. Ya sólo queda por conocer, como asunto de capital interés en nuestra capital, cuándo nos brotó la genuina gens merdellona. 
Abordar la escritura histórica de tantos siglos obliga, entre otras exigencias, a una constante elección de los contenidos. Ahí entran en juego el oficio y la destreza del investigador, mas también, inevitablemente, las querencias propias. Cada cual es dueño de sus gustos y sus disgustos. Cuando falleció el coplero Emilio el Moro, toda Cádiz y parte del extranjero se echó a llorar, en tanto que el recientísimo fallecimiento del bodeguero Emilio Moro lo hemos lamentado en los alrededores de Valladolid y en el salón de mi casa. Las cosas del querer, ya digo, son intransferibles. Enrique del Pino las sortea en su libro con destreza y oficio, incluso a la hora de abordar la tan espinosa época de la Guerra Civil, con la excepción, quizás, del papel en exceso relevante que atribuye al grupo poético ´Banda de Mar´. En fin, que levante la mano quien, en el fragor del relato de lo coetáneo, no hubiese caído en la tentación de arrimar una vez el ascua a su boquerón.
Sin ánimo de echar al vuelo las campanas de la torre de la Catedral que nos falta, creo que este libro es justo y casi necesario. Una ciudad tan antigua, nada menos que del 584 antes de Cristo y de los merdellones, precisaba una narración global y amena sobre sus peripecias históricas. Nuestro émulo de Tito Livio las cuenta de un modo liviano, lo que no quiere decir superficial. Tal vez, parafraseando yo a don Emilio García Gómez, se le calienta a don Enrique demasiado la pluma al final, cuando se muestra convencido del éxito de la aspiración a la capitalidad europea de la cultura, sobre todo al explicar las razones de ese convencimiento. Tito Livio, refiriéndose al pueblo romano en los primeros siglos de fundación, subraya que "si la pasión que siento hacia mi empresa no me engaña, jamás existió estado más grande, más puro, más rico en buenos ejemplos". Enrique del Pino, sobre la meta de la capitalidad europea, pondera que, para alcanzarla, "no tendrán los malagueños más que poner en juego sus dotes y dones: independencia (intelectual) y lealtad; libertad y hospitalidad; galbana y socarronería. O lo que es lo mismo: el ser malagueño. Vale". Tal preguntaban los indios gorrones: ¿qué vale?

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