lunes, 11 de agosto de 2008

EN BUSCA DE UNA FECHA PERDIDA

Incluyo a continuación el epígrafe correspondiente, que va incluso en la HISTORIA GENERAL DE MÁLAGA, en el cual propongo el año 584 a. de C., como fecha verosímil y aceptable de la fundación de la ciudad de Málaga.

Entiendo que mueva a la risa el solo conocimiento de los cómputos que manejaron los sabios antiguos, y menos antiguos, para establecer las cronologías pertinentes en todas las ramas del saber pero pido desde esta discreta atalaya un poquito de comprensión, a fin de atemperar nuestros juicios a la circunstancia concreta que llevó a cada uno de ellos a escribir lo que escribió. Únicamente así podremos encajar sin desternillarnos la noticia que nos explica la creación del mundo un día de otoño de hace 6000 años, a las nueve de la mañana.[1]
No creo faltar a la verdad si digo que hasta la segunda mitad del siglo XIX las fuentes de las que los investigadores se servían para fijar la secuencia de los hechos históricos eran casi exclu-siamente literarias, ocupando la Biblia un altísimo porcentaje de autoridad para cuestiones de ge-nealogías y datación, especialmente referidas al ámbito del Creciente Fértil. Estas fuentes, com-binadas con las autóctonas de cada lugar y todas ellas imbuidas de una considerable masa de le-yenda, habían sido asimiladas por los pueblos europeos a través de griegos y romanos, e incluso los árabes, y ya en la Modernidad pasarían a formar parte del acervo de Occidente, despose-yendo al Atlántico de toda función disgregadora. Grosso modo, con tal bagaje llegaron las cuentas de la Historia a los años en que una sucesión de acontecimientos más o menos fortuitos -implantación de las teorías evolucionistas, ‘descubrimiento’ del Africa como cuna de la Huma-nidad, concentración inusual de exploradores y viajeros por todo el planeta, auge de la paleon-tología, hallazgo de cuevas y yacimientos por doquier, nuevo enfoque de la historiografía, etc.- elevarían a primer plano científico la necesidad de ordenar con el debido rigor la sucesión real de los acontecimientos. Los pasos dados en este sentido fueron espectaculares y pronto se vio la necesidad de reeemplazar los datos usuales por otros, para que el corpus no perdiera vigencia.
Ciñéndonos al tema que nos ocupa, cual es la indagación razonada de la fecha en que la ciudad de Malaka fue fundada ‘oficialmente’, ya que no descarto una posible instalación provisional durante algún tiempo, será el peso de la prueba, en tanto que empírica, lo determinante; pero sepamos algo romántico acerca del asunto.
Recogió Pedro de Morejón un texto del poeta jonio Pisístrato, según el cual Málaga fue fun-dada nada menos que en el siglo XX a. de C.: “Dos mil menos seis años eran ya pasados de la creación, restando veinte menos de otros tantos, hasta la edad en que nació Cristo cuando el feni-cio Málago fundó á Málaga y del fundador tomó su nombre”. Guillén Robles, que citó el texto con no poca sorna, se extrañó de que se llegase a señalar una antigüedad de “tres mil ochocientos años”, lo que nos situaría en el siglo XXXVIII a. de C.[2]
El controvertido Cristóbal Medina Conde, refiriéndose a lo mismo, llamó ‘desgracia’ al pro-ceder de algunos de sus predecesores que hicieron sus cálculos ateniéndose a leyendas y noticias apócrifas, como fue el caso de Juan Serrano de Vargas, cuando escribió que “fundó á Málaga el Patriarca Salé, hijo de Arphaxad, quando vino á España con su Tío Tubal; poniendo así esta fun-dacion en el primer siglo del Diluvio Universal, pues Salé nació a los 37 años de él”.[3] Si tene-mos en cuenta que en la cronología mítica dicho acontecimiento tuvo lugar el año 2349 a. de C. el que nos ocupa debe entenderse entre el citado y los cien siguientes, es decir, en algún momento del siglo XXIII a. de C. Esta creencia fue admitida por Pedro de Morejón, aunque en su ‘Historia de las Antigüedades de Málaga’, a tenor del hallazgo de una moneda reputada en tiempos de Gargoris, rey legendario de Tartessos, explicitaba: “Y con postrera navegación, como guiado de el norte de la divina providencia, se hizo a la vela [Tubal], y entregó el lino de su vagel a los vientos el año de 2163 antes del dichoso nacimiento de Nuestro Señor Jesuchristo, y a los 142 despues del formidable diluvio del mismo, según la opinión de muchos; i aunque la tierra de de-recho competía a cada uno de los hijos de Noé y de sus descendientes, nuestro Tubal como pri- mer poblador de España, hizo propias con la posesión sus provincias. Sulcando los mares, dio fondo en esta nobilisima rexion de España, donde mas benignamente repartía sus rayos el sol.”[4] Esta disparatada secuencia nos remite al siglo XXII a. de C.
Continúa Medina Conde (p. 3) ridiculizando a Morejón cuando escribe: “Lo mismo adoptó el P. Milla, por lo que redujo la fundación de esta Ciudad al año 1179 antes de Christo, y 1127 despues del Diluvio, en que floreció este Monarca Español [Gargoris]...” Lo cual, con un descuadre de 5 años, nos sitúa en el último tercio del siglo XII a. de C.
El padre Roa, tomando datos de Hernando de Hillanes, autor que en el siglo XIV escribió una ‘Crónica de la ciudad de Ávila’, admite como fecha razonable la que se correspondería con el se-gundo periplo de los tirios a Gadir (que ya vimos no fue el último antes de la fundación de aque-lla ciudad), lo cual sitúa la acción de esta película en el siglo XII -u XI- a. de C.[5]
El mismo Guillén Robles da por buena esta fecha, con alguna matización: “Volviendo sobre lo anteriormente dicho puede afirmarse: que los tirio-fenicios fueron los fundadores de Málaga; que la llegada de este pueblo á nuestras costas debio verificarse entre el siglo XI al XII antes de Cristo y que por lo tanto Málaga cuenta poco más de tres mil años de antigüedad”.[6]
Si seguimos a otros eruditos decimonónicos que de una forma u otra escribieron acerca de la historia de la ciudad -Ildefonso Marzo, Rodríguez de Berlanga- observaremos que casi todos si-túan la fecha que buscamos en torno al siglo VIII a. de C., lo que comparado con los cálculos an-tedichos significa un efectivo acercamiento a los tiempos que hoy se consideran correctos.
Este panorama mítico-historicista cambió radicalmente al comienzo de la segunda mitad del siglo pasado, concretamente a partir del descubrimiento del teatro romano, en 1951, cuando, du-rante las excavaciones, se exhumaron restos de factura netamente fenicia fechables en los siglos VII y VI a de C. Fue entonces cuando desde diversas instancias[7] se acometieron iniciativas en-caminadas a dotar de sustento científico a los ya existentes, a la sazón desperdigados en almace-nes públicos y domicilios privados, y evitar con ello que proliferasen elucubraciones disparata-das. El respaldo que a este deseo dio la Universidad a partir de su creación en los años setenta pasados fue un factor determinante en la planificación de los trabajos encaminados a la excava-ción sistemática de yacimientos, muchos de ellos intuidos; no han tenido que transcurrir muchos años para alcanzar el nivel de conocimientos actual. Un repaso apresurado de lo descubierto en los últimos años nos facilitará la comprensión de lo dicho.
Unos restos de mampostería, presumiblemente componentes de una muralla, encontrados, en prospección de urgencia, en el antiguo edificio de Correos, al sur de la colina donde se halla la Alcazaba y, obviamente, en lo que en aquellos lejanos tiempos fue límite costero, nos indican la existencia de elementos fenicios datables en el último tercio del siglo VII a. de C. En las cerca-nías, ladera del monte, se han hallado restos de la misma antigüedad, a los que se pueden agre-gar los exhumados en el entorno del teatro romano, aún sin separarnos demasiado del promon-torio. Ya avanzando hacia el oeste, perforaciones recientes efectuadas en el área del palacio de Buenavista (con motivo de las obras realizadas para adecuarlo como sede del museo Picasso), y un sondeo en extensión en el cercano convento de San Agustín (ya excavado en los años 80 del siglo pasado), han dado como resultado el hallazgo de otras ruinas fenicias, a las que se han atri-buido carácter doméstico. Las del palacio se corresponden con restos amurallados, fechables en los albores del siglo VI a. de C. o últimos decenios del VII. En este yacimiento cobran importancia los numerosos restos cerámicos encontrados, que remiten a una efectiva relación comercial con gentes llegadas de países lejanos, como foceos o etruscos, y aun de colonias activas en el área mediterránea central, como Masalia. También se cuenta con no pocos materiales hallados, al-gunos hace décadas, en puntos aislados del que tradicionalmente se considera casco antiguo urbano -calle Pozos Dulces, jardines de Ben Gabirol, calle Císter, Campos Elíseos- y es opinión generalizada entre los arqueólogos que apenas si se ha iniciado la fascinante tarea de rescatar del subsuelo una pizca de los tesoros que encierra.
Mención aparte merece el hallazgo de los restos del poblado indígena de la plaza de San Pablo y sus aledaños de la calle Mármoles, donde han sido encontrados muestras cerámicas que pu-dieron ser recabadas de la cercana Malaka. Respecto a este lugar transcribo: “Todo parece in-dicar que la ocupación de San Pablo se inicia en pleno siglo VIII, cuando los fenicios ya están presentes en la bahía de Málaga. No nos parece plausible una relación directa con Málaka, ya que ésta no ha proporcionado por el momento materiales tan antiguos”.[8] Acerca de este yaci-miento se han publicado trabajos importantes, aunque queda mucho por decir.
Otra opinión que quiero destacar es la sustentada por el profesor Rodríguez Oliva: “Todos es-tos hallazgos [en general anteriores al siglo presente] permiten afirmar que la vida urbana en Malaka, sin descartar una primera ocupación transitoria del lugar desde el siglo VIII, que ar-queológicamente aún no se ha demostrado, comenzó en la primera mitad del siglo VI a. de C. Es, desde luego, a partir de esta fecha cuando Malaka pasa a ser la gran ciudad de la costa, en una vida ininterrumpida desde entonces hasta hoy”.[9] Por su parte Cruz Ceballos, en su informe del I Congreso de Historia Antigua de Málaga, 1994, escribe: “El puerto fenicio se supone en la des-embocadura del Guadalmedina, y la necrópolis, detectada por hallazgos casuales, en el cortijo de Montánchez (tumba de cámara, s. VI-V a. C.) De estas excavaciones se han podido extraer las si- guientes conclusiones: la ciudad inicia su existencia a comienzos del s. VI”.[10] Desde la publica-ción de estas dos citas hasta el momento en que escribo el tiempo transcurrido no ha sido bas-tante como para alterar la fecha de referencia, como se puede comprobar atendiendo a los in-numerables descubrimientos y estudios ya existentes.
En resolución, es tal la cantidad de materiales de que se dispone para elucidar la cuestión de la data que nos importa que me atrevo a decir que cada uno de los investigadores que ha tratado el asunto en los últimos treinta años ha propuesto una fecha como la más verosímil o posible, dándose la circunstancia de haber ido derivando la fiabilidad hasta condensarse en la primera mitad del siglo VI a. de C. Parece haber coincidencia, que no unanimidad, en admitirlo, pues unos más y otros menos todos han tenido en cuenta para sus conclusiones multitud de aspectos, tanto cerámicos como de otro tipo, concediendo especial importancia a las relaciones entre núcleos más o menos próximos, como pudo ser con el Cerro del Villar o el más reciente indígena de San Pablo, cada uno en situación decadente para esas fechas. Es abrumadora la bibliografía que se puede encontrar al respecto pero de nada serviría conocerla al lector no especializado. En todo caso puedo remitir a las actas de los congresos sobre la Historia Antigua de Málaga, ya efectuados, publicadas por una editorial local y la Diputación Provincial.
Resumiento lo dicho hasta ahora, tendríamos:
1º. Siglos XI al VIII a. de C.: Primeras incursiones tirias a lo largo del litoral sur peninsular, con eventuales desembarcos, fundamentalmente propiciados por exigencias de la navegación, lo que facilitaría el contacto más o menos estacional con el elemento indígena.
2º. Siglos VIII y VII a. de C. Asentamientos estables, sin duda alguna Gadir (aunque de este se pueda predicar más antigüedad), como posiblemente Abdera y Sexi. En la desembocadura de los ríos Vélez y Algarrobo, evidencias de Toscanos y Chorreras, con especial implantación en el Cerro de Mezquitilla. En lo que afecta al estuario del río Guadalhorce, aposentamiento en Cerro del Villar, sobre restos de poblado indígena.
3º. Siglo VI a. de C., primera mitad: Fundación de Malaka al este del río Guadalmedina.
4º. Siglo VI a. de C., segunda mitad: Consolidación de las estructuras con posible aumento de la población (por incorporación de elementos emigrados del Cerro del Villar, a 6 km.). A partir de este momento es posible aventurar un cierto apogeo de la ciudad en el concierto mediterráneo.
Así, pues, de todo lo dicho y por una razón que en seguida diré, uno mi criterio al ya expresado para fijar como fecha fiable de fundación de la ciudad el tiempo que transcurre entre los años 600 y 550 a. de C. Es obvio que señalar mayor exactitud, al modo en que se atrevieron a hacerlo algunos de los antiguos fabuladores, queda fuera de lugar, por cuanto me haría incurrir en el mis-mo error que señalo, pero en este punto hago uso de mi prerrogativa de alfarero para proponer una fecha representativa, un año en el que todas las ilusiones queden asumidas y las reservas superadas. Dicho año podría situarse dentro de la mitad del período, y no por la pueril considera-ción de acogerme a una media aritmética preconcebida sino por entender que en él se dan con razonable posibilidad todas las soluciones apuntadas. Este año sería el 584 a. de C.
En este punto, según entiendo, se concentran casi todos los vectores que venimos analizando. Si de los colonizadores se trata, sabemos que hacia el 600 a. de C. se ven sometidos a fuertes exi-gencias tributarias por parte de los asirios, que los dominan desde el 676, al tiempo que se regis-tra una fuerte competencia por parte de los griegos, que no se resignan al papel de segundones en el área mediterránea. Si de los indígenas, su consolidado (aunque primitivo) asentamiento en las tierras que les son propicias, tanto para la agricultura y ganadería, como para la minería, ac-tividad esta de enorme atractivo para cualquier foráneo que conservase el mínimo olfato comer-cial. A estas consideraciones le doy el valor de ‘generales’ que parecen tener pero si agrego el hecho, ya documentado, del abandono del asentamiento Cerro del Villar, que en opinión de la doctora Aubet se produjo hacia la década 580/570, constituyéndose su población en emigrante... al solar cercano Malaka, recién erigido,[11] y las cada día más apoyaturas arqueológicas con que se cuenta, algunas detalladas líneas arriba, la elección de la fecha 584 no debe escandalizar a na-die.
Es por lo dicho por lo que creo que la propuesta no es equiparable a las expuestas con rango de barbaridad, pues en mi caso me limito a sugerir a las autoridades académicas y científicas una zona de encuentro consensuada, la cual, si valoramos adecuadamente las evidencias exhumadas hasta la fecha, permite aventurar que en poco o en nada podrán variar su bondad futuros hallaz-gos. Aunque si esto no se cumpliera tampoco importaría demasiado porque, en rigor, de lo que estoy hablando es de sustancia mágica, de taumaturgia, de abandono de tiquismiquis consuetu-dinarios, de apertura del pasado, que viene a ser algo parecido a proyectarse al futuro.
La cuestión no es baladí. Son numerosísimas las ciudades a lo largo y ancho del planeta que mantienen como referencia del comienzo de su andadura una fecha mítica. El ejemplo de Roma en el 753 a. de C. -es decir, 169 años antes del que propongo- puede servirnos de modelo, si bien en este caso habría que salvar su imperial implantación. Pero todo puede andarse. Angosto es el camino pero poderosa la voluntad de recorrerlo.
Al tiempo que de nuestros científicos e investigadores, recabo también la atención de las au-toridades políticas y culturales en general para dar carta de naturaleza al propósito. No será fácil encontrar mejor ocasión para instituir el magno acontecimiento que el ya cercano 2016, cuando desde hace tiempo se apunta desde todos las atalayas del saber malacitano para convertir dicho año en capital de la Cultura Europea. Pues bien, si se quisiera, si se intentara, ese sería el co-mienzo de una gran etapa, el año en que Málaga cumpliría 2600 desde que entrara en la His-toria.
Escrito queda.

[1] Es sobradamente conocido que semejante afirmación fue hecha por un cronólogo de Cambridge, un tal John Lighfoot, quien, al ‘revisar’ los cálculos efectuados por el clérigo protestante James Ussher, arzobispo de Armagh, de la Iglesia de Irlanda -que basándose en el estudio meticuloso de la Biblia había llegado a la conclusión de que la Creación había tenido lugar en el 4004 a. de C. y el diluvio universal en el 2349, y así lo publicó en 1650-, corroboró que así era, aunque precisando que ello aconteció el domingo 23 de octubre de 4004 a las nueve de la mañana. Aunque no debemos extrañarnos demasiado: el mismo Lutero atribuía a la Creación una antigüedad de 4000 años. Incluso Kant, el gran filósofo alemán, no pasó de estimar la edad de la Tierra en varios millones de años; es decir, no más de tres o cuatro.
[2] Guillén Robles, Francisco. “Historia de Málaga y su provincia”, nota 2, p. 14, Málaga, 1874. Salta a la vista que el autor sumó las dos fechas para señalar la antigüedad de tres mil ochocientos años; opino que no sólo la interpretación es errónea, pues en la cita de Morejón la alusión al tiempo que falta para el nacimiento de Jesucristo es referencial, sino, además, que la operación aritmética es incorrecta, ya que el total asciende a 3968 años, con lo que nos retrotraeríamos al siglo XL a. de C., casi casi al tiempo de la Creación, según las cuentas del reverendo Ussher.
[3] Medina Conde, Cristóbal. “Conversaciones históricas malagueñas”, vol. I, p. 2, Málaga, 1789.
[4] Morejón, Pedro de. “Historia General, y Política de los Santos, Antigüedades y Grandezas, de la Ciudad de Mála-ga”, p. 52, edición del Ayuntamiento de Málaga, Málaga, 1999.
[5] Roa, ;Martín de. “Málaga, su fundación, su antigüedad eclesiástica y seglar”, Málaga, 1622.
[6] Guillén Robles, Francisco. “Historia de Málaga y su provincia”, p. 17, Málaga, 1874.
[7] Bien que después de vencer fuertes resistencias, pues no estaban por la labor las autoridades políticas y culturales de entonces; pero ya veremos esto.
[8] García Alfonso, Eduardo. “La primera historia de Málaga. La colonización fenicia arcaica”, p. 112, Mál., 2002.
[9] Rodríguez Oliva, Pedro. “Málaga en la Antigüedad”, p. 104, edición Sur, Málaga, 1994.
[10] Marín Ceballos, María Cruz. “”La colonización fenicio-púnica en la provincia de Málaga”, p. 34, “Historia Antigua de Málaga y su provincia”, Arguval, Málaga, 1996.
[11] Algunos autores han estimado que Malaka no es sino producto de dicho ‘traslado’.

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